viernes, 24 de noviembre de 2017

+ El sueño americano +


Un fin de semana de viaje da para mucho y ya os he contado dos de las exposiciones que vi en Barcelona. Aunque visité unas cuantas más, no os voy a aburrir con todo lo que vi, pero no puedo dejar de hablar de la que tenía lugar en el Caixaforum titulada “Warhol. L’art mecànic”. Porque Andy Warhol está considerado uno de los artistas más influyentes del siglo XX y aunque todos conocemos de sobra sus trabajos, nada como la impresión de verlos reunidos, a tamaño real, en una muestra de este tipo.

El mismo título de la exposición indica cómo la obra de Warhol se desarrolla utilizando unos medios técnicos que le permitían el registro y reproducción seriada de sus trabajos. Ilustrador en su juventud, y también diseñador gráfico, utilizó medios como la fotografía, la grabadora o la impresión serigráfica de forma sistemática y obsesiva. De este modo su trabajo se aleja del tópico del artista clásico, cuyo gesto y trazo son únicos, intransferibles e irrepetibles. Las intuiciones de Warhol son proféticas, tanto en su forma de trabajar como en su exposición pública y el manejo que hizo de los medios de comunicación de masas.

Como podéis imaginar, la exposición estaba abarrotada. Las imágenes de Warhol son visualmente muy atractivas y todos querían retratarse posando junto a ellas. Me acordé entonces de la visita de la que os hablaba la vez pasada, en la fundación Tàpies. Allí era el único curioso y la soledad sólo se rompía por el vigilante de la sala, que tenía la obligación de contemplar la exposición de lunes a viernes todas las semanas.

Sin embargo, a pesar de la decadencia y el aspecto envejecido de los objetos, que al lado de las multicolores serigrafías de Warhol era todavía más patente, algo allí me llegó más adentro. Porque la obra de Tàpies era cercana en la materia. Hablaba de algo que está escondido en el fondo de la mente, y para ello utilizaba tierra, periódicos, telas, esparto, cerámica. Se podía seguir el trazo manual y consciente del artista sobre aquellos soportes conocidos y cotidianos. Warhol en cambio era distante en sus motivos, en el proceso y en el acabado, mecánico y sofisticado. Era casi un contraste de culturas: la sensibilidad de la vieja Europa, decadente y romántica, buscando el alma en la tierra, sonaba como suenan las tripas, entrañable. En frente, el mundo americano, superficial y vanidoso pero con poder de convicción, sonaba como suenan las máquinas tragaperras. No hay duda de cuál había elegido el público.










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